lunes, 6 de abril de 2015

Caída del Imperio Romano de Oriente

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, el Imperio Romano de Oriente se mantuvo hasta 1453, cuando fue ocupado por los turcos otomanos. Pero su existencia siempre se vio amenazada por pueblos como los eslavos, persas y búlgaros. Sin embargo, bajo el dominio del emperador Justiniano (527 al 565 d.C.) se restableció la unidad romana y Bizancio vivió una época de esplendor que la transformó en una ciudad que no se podía comparar con ninguna otra, dada la magnificencia de sus construcciones y obras públicas. A pesar de ello, esta época de reunificación terminó, aunque los emperadores de Oriente continuaron alegando sus derechos sobre las tierras que en el pasado habían dado forma al Imperio de Occidente.
A diferencia de lo que ocurría en Occidente, el poder temporal del emperador en Bizancio no se debilitó, e incluso llegó a tener injerencia en cuestiones de carácter religioso. Con el tiempo, aparecieron divergencias entre la iglesia griega y la romana. En el año 381 se rechazó formalmente la doctrina que afirmaba que el obispo de Roma, es decir, el Papa, tenía jurisdicción sobre toda la Iglesia; luego se agregó el rechazo al culto de imágenes sagradas, llegándose a la mutua excomunión del Papa León IX y el patriarca Miguel Cerulario el año 1054, lo que implicó una ruptura definitiva y el surgimiento de la Iglesia griega ortodoxa, que perdura hasta hoy.

Bizancio

Bizancio (o Constantinopla) estaba situada en una encrucijada de los caminos que conducían a Oriente. Esta posición geográfica la exponía, por una parte, a los ataques de sus enemigos, pero, por otra, facilitaba su activo comercio con apartadas regiones. De Oriente llegaban especias, perlas y sedas, y desde el mar Negro, trigo, pieles y esclavos.
Todo redundó en una cultura polifacética que entremezclaba elementos de distinto origen, aunque con un marcado predominio griego, de tal modo que el idioma del mismo nombre llegó a convertirse en la lengua oficial.

Caída del Imperio Romano de Occidente

CAUSAS Y CONSECUENCIAS

Voltaire fue uno de los tantos que trató de explicar el fenómeno de la caída de Roma, pero encontró una solución simple, considerándolo como un ciclo evolutivo donde todo debe terminar, al igual que lo que ocurre con cualquier organismo vivo.
Otros sostienen que fue la decadencia moral lo que llevó a Roma a su extinción, pero los que opinan lo contrario, sostienen que de ser así, el imperio ni siquiera debió existir ya que durante fines de la República se produjeron los mayores colapsos éticos.
Según Gibbon el derrumbe se produjo por la mano férrea con que se gobernó, necesaria para un extenso territorio, pero que quitó libertades a los habitantes, que ya no sentían como patria a su tierra romana. Además los militares se habían acostumbrado a largos períodos de paz, durante el siglo II, durante los cuales fueron perdiendo su valor y espíritu combativo.
Otros culpan al cristianismo de derivar el pensamiento hacia las cuestiones espirituales y alejar a los ciudadanos de la conciencia cívica.
Sin embargo, ninguna de estas explicaciones sirven para sostener cómo el imperio de Oriente siguió su existencia.
La explicación que parece ser la más acertada es la necesidad en que se vio la Roma Occidental de reforzar sus ejércitos con fuerzas extranjeras., o sea, aceptar a los godos como federados, desdibujándose la identificación de fuerzas aliadas y enemigas. Los miembros de las clases senatoriales, se negaron a entregar para el servicio del ejército a los hombres que trabajaban para ellos, prefiriendo compensar con dinero su aporte al ejército. Con ese dinero se reclutaron soldados bárbaros y se pagaron los subsidios por la ayuda de Alarico, que acrecentaba su poder. Esto diferenció a Oriente de Occidente ya que el primero nunca dependió de los godos, para luchar contra sus enemigos externos.
En el período de las invasiones, se destruyeron puentes, se abandonaron y devastaron poblados y reinó la inseguridad. Pero una vez establecidos los reinos bárbaros, cada uno tomó características peculiares en muchos casos respetando las costumbres y leyes romanas(Ver los distintos pueblos bárbaros en la Categoría Edad media). La trascendencia de este hecho fue de tanta significación que fue tomado en cuenta para el nacimiento de una nueva etapa histórica: La Edad Media.

Pese a que generalmente se considera que el derrocamiento de Rómulo Augústulo determinó el fin del Imperio romano, en sentido estricto esto es inexacto: elImperio romano de Oriente sobreviviría casi 1000 años más.
Los territorios comprendidos en el antiguo Imperio romano de Occidente fueron gobernados por distintas tribus bárbaras, incluidas las responsables de su caída. A grandes rasgos, la distribución de los pueblos de origen bárbaro que gobernaron territorios dentro de las antiguas fronteras del Imperio de Occidente sería la siguiente:
  • Italia e Iliriaostrogodos y hérulos;
  • Hispaniavisigodosalanos y suevos;
  • Galiavisigodosfrancosburgundios y turingios;
  • Britaniaanglosjutos y sajones;
  • Germania Superior e Inferior: francos, alamanes y gépidos;
  • Norte de Áfricavándalos.


Imperio Romano: división Oriente y Occidente

En el año 395 murió el emperador Teodosio I, dejando en herencia el trono a sus dos hijos. A Arcadio le correspondió Oriente y a Honorio Occidente. A partir de ese momento, el imperio romano quedó definitivamente dividido a efectos administrativos en dos mitades, que, a medida que fue aumentando la presión de los bárbaros sobre las fronteras a lo largo del siglo V, empezaron a reaccionar de manera significativamente distinta. El año 395 constituye, pues, un auténtico momento crucial en la definitiva separación de Oriente y Occidente.
Hasta esa fecha y desde la época de Diocleciano (284-305), el Bajo Imperio había constituido una unidad que abarcaba todas las provincias ribereñas del Mediterráneo y otras muchas bastante más remotas (véase el mapa 1). Por occidente llegaba hasta Britania e incluía la totalidad dela Galiae Hispania; por el norte, sus confines se extendían por Alemania y los Países Bajos hasta alcanzar, bordeando el Danubio, las costas del mar Negro; Dacia, situada al otro lado del Danubio y anexionada al imperio por Trajano a comienzos del siglo II, fue abandonada a finales del III debido a las sucesivas invasiones de los godos, pero, al margen de este hecho, el imperio de Diocleciano era en buena medida idéntico en extensión al de los días felices de los Antoninos. Por el este, llegaba hasta la parte más oriental de Turquía y los confines del imperio persa sasánida, mientras que por el sur, sus posesiones se extendían desde Egipto a Marruecos y el estrecho de Gibraltar; durante el siglo IV, el África septentrional romana —las actuales Argelia y Tunicia— se convirtió en una de las regiones más prósperas del imperio.
Las provincias del Imperio romano instauradas por Diocleciano
En tiempos de Diocleciano, pese a seguir siendo la sede del senado, Roma había dejado de ser la capital administrativa de aquel vasto imperio; los emperadores se trasladaban de una «capital» a otra —Tréveris en Germania, Sirmium o Sérdica, en la zona del Danubio, o Nicomedia en Bitinia—, llevando tras de sí toda la maquinaria administrativa. A finales del siglo IV, sin embargo, las principales sedes del gobierno eran Milán en Occidente y Constantinopla en Oriente (véase el capítulo 1). El imperio estaba dividido además desde el punto de vista lingüístico, por cuanto, pese a que el latín siguió siendo hasta el siglo VI e incluso más tarde la lengua «oficial» del ejército y el derecho, en Oriente la lengua de las clases cultas era fundamentalmente el griego. Latín y griego, sin embargo, coexistían con otras muchas lenguas locales, como por ejemplo el arameo en Siria, Mesopotamia y Palestina, copto —egipcio demótico escrito en un alfabeto compuesto fundamentalmente por caracteres griegos— en Egipto, o las lenguas de los nuevos grupos que habían venido estableciéndose dentro de los límites del imperio a lo largo del siglo III y sobre todo del IV, una de las cuales era el gótico. Ya desde los inicios de la época imperial, lo normal en Oriente había sido que circularan versiones griegas de las leyes, y siempre había sido habitual traducir a esta lengua las cartas del emperador y demás documentos oficiales, de suerte que la administración imperial se las había arreglado para funcionar bastante bien a pesar de semejante galimatías lingüístico. A partir del siglo III, en cambio, las culturas vernáculas empezaron a desarrollarse con especial vigor en diversas regiones, hasta que la división final entre Oriente y Occidente acabó convirtiéndose también en una definitiva división lingüística; como se ha subrayado en varias ocasiones, el griego de san Agustín no era demasiado bueno, y sus obras, escritas en latín, no las leían los cristianos de Oriente.